martes, 4 de mayo de 2010

Ensayo

Rosas, El antihéroe.


Entre el periodo que comprende 1820 y 1830, la Argentina estaba independizada pero también sumida en las guerras civiles. Federales y Unitarios se enfrentaban tratando de imponer sus ideas acerca de un gobierno unificado. El país vivía una situación crítica.

En medio de los enfrentamientos, surgió en el pueblo el cansancio de la guerra y también la necesidad de restablecimiento del orden y la paz; así fue que en 1829 Juan Manuel de Rosas asumió la gobernación de Buenos Aires; contaba con la adhesión tanto de los sectores altos: hacendados y comerciantes, incluidos los extranjeros; como los grupos más bajos: peones y gauchos de campaña, orilleros y esclavos de la ciudad; es decir el sector popular.

“El Restaurador “como se lo llamó, fue el personaje más siniestro de la época, un terrateniente que amasó una gran fortuna, lo cual lo convertía en una figura fuerte. Admirado por unos, odiado por otros. Ejerció un gobierno conservador de carácter paternalista y cerrado.

La organización política y económica estuvo centrada en Buenos Aires, a pesar de que se hablaba del país como Federación. El vínculo con la iglesia y la monopolización de la aduana contribuyeron a su imagen. En el primer gobierno se había limitado a organizar la administración de Buenos Aires, y en el segundo a todo el país, colocando gobernadores sometidos en las demás provincias.

Al principio de su segundo gobierno llamó a los jesuitas de Europa, ofreciéndoles protección y mantenerlos y colocarlos en universidades y colegios. Así buscó presentarse como protector de la religión, de las ciencias, y de las letras, sin embargo la época de Rosas fue considerada un estancamiento cultural, social y económico; la supuesta “Defensa de la soberanía “que puso en marcha causó una gran crisis financiera. Al asumir el segundo mandato, con un resultado ampliamente favorable, se le otorgaron poderes extraordinarios, surgió así la dictadura legal.

Hubo destituciones y fusilamientos en masa, se empapelaron las ciudades con carteles como: "¡Mueran los salvajes unitarios!" o "¡Vivan los federales!". Afirmó su lucha contra ellos, pues consideraba que eran responsables de los males que aquejaban a la República y exigió una sumisión total a la federación, no solo en Buenos Aires sino en todo el interior. Abolió la independencia del poder judicial, y llegó a ejercer personal mente facultades judiciales.

La hegemonía de los terratenientes, la degradación de los gauchos, la dependencia de los peones, todo eso fue herencia de Rosa. "Subordinación era su palabra favorita, la autoridad su ideal y el orden su logro. Elogiaba a las clases bajas y a los pobres (a quienes siempre ayudó) por su obediencia e ignorancia. Rosas explicaba los orígenes de su régimen como una desesperada alternativa para la anarquía; y sus medidas represoras eran un mal necesario. Creó una organización nacional llamada Confederación Argentina, impuso su política bajo el rótulo de Santa Federación, la que debía manifestarse exteriormente en sus súbditos: casas, vajillas, vestimentas, muebles y cortinas adoptaron el color colorado. La imagen del Restaurador de las leyes presidia los grandes salones de las iglesias, los abanicos de las damas y los caballeros manifestaban su adhesión usando bigote y chalecos colorados.

Otra organización, la Mazorca, liderada por Dolores Ezcurra (esposa de Rosas), se transformó en un instrumento del régimen teniendo como principal objetivo la eliminación de los enemigos. Los mazorqueros usaron el espionaje, la intimidación y el crimen político con total impunidad; se expandió la persecución por lo cual la llamada generación del 37 tuvo que emigrar a países vecinos. Fue una época de terror para los unitarios, o más bien para todos los que no estuvieran a favor del dictador, estos eran juzgados. La gente se retractaba, se cuidaba de cualquier motivo de sospecha, como hablar, pasear, escribir, etcétera. La simple sospecha de complicidad con un unitario bastaba para ser ejecutado; la sociedad Popular Restauradora fue un club terrorista y temido.

Se generalizaron los fusilamientos de los vencidos después de las batallas, incluyendo a los jefes, cuyos restos se exponían a modo de escarmiento en las plazas públicas.

Ya desde el exilio, Esteban Echeverría, Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi; José Mármol y otros, recurrieron a la prensa para propagar sus ideas y combatir a Rosas, eran hombres comprometidos con su realidad. Hicieron de sus producciones literarias un instrumento de lucha; sufrieron el mundo en el que les tocó vivir, y como militantes románticos intervinieron activamente en los asuntos de nacionalidad.

“El Matadero” de Echeverría fue el símbolo de la realidad, la imagen del país. “On ne tue point les idées” (Las ideas no se matan) de Sarmiento, causó terror entre los incivilizados, bárbaros. José Mármol proscripto escribe: Sí, Rosas, vilipendia con tu mirar siniestro / el sol de las victorias que iluminando está / disfruta del presente que el porvenir es nuestro / y entonces ni tus huesos la América tendrá. ¡Frases premonitorias si las hay! Rosas luego del derrocamiento de 1852 se exilia en Inglaterra, país aliado, donde muere solo y abandonado.
El rey del terror, el monstruo de la pampa, el restaurador de las leyes, el juez, el tirano descendió a los infiernos. Al respecto Borges, quien se proclama “salvaje unitario “escribió: Ahora el mar es una larga separación entre la ceniza y la patria / ya toda la vida, por humilde que sea, puede pisar su nada, su noche / Ya Dios lo habrá olvidado / y es menos una injuria que una piedra / demorar su infinita disolución / con limosnas de odio.

Inevitablemente me surge una pregunta: ¿Por qué los pueblos consienten en algunos periodos de su historia las dictaduras, la intolerancia y la desigualdad? Los intelectuales de la época escribieron que creían imposible que la Argentina tuviese otra dictadura igual a la de Rosas, pero 1946-1955 y 1976-1983 marcaron otra etapa de luto en nuestra sociedad, fue un periodo de confusión, desconcierto, dolor, injusticia, censura, genocidio y falso apogeo.

Estos gobiernos absolutistas de antihéroes, dejaron a una sociedad toda, con profundas huellas y heridas que no terminan de cicatrizar.

Nuestra Argentina tiene, apenas, 200 años, desde que se gestó su independencia, y tal vez tenga que pagar sus errores de juventud, propias de un país que aún hoy permanece en crisis.



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